miércoles, 19 de agosto de 2020

SEMANA DE ESI / CUENTOS: PRIMERA PARTE.


 ARTURO Y CLEMENTINA UN CUENTO PARA HABLAR DE IGUALDAD

Este cuento pretende poner en valor el rol femenino en la sociedad, erradicar los estereotipos sexistas y la discriminación, para cambiar mentalidades y construir un mundo mejor.



AUDIO:



ARTURO Y CLEMENTINA
Texto: Adela Turín.


  Un hermoso día de primavera, Arturo y Clementina, dos jóvenes y hermosas tortugas, se conocieron al borde de un estanque. Y aquella misma tarde descubrieron que estaban enamorados.
 Clementina, alegre y despreocupada, hacía muchos proyectos para su vida futura mientras paseaban los dos a orillas del estanque y pescaban alguna cosita para la cena.
Clementina decía: Ya verás qué felices seremos. Viajaremos y descubriremos otros lagos y otras tortugas diferentes, y encontraremos otra clase de peces, y otras plantas y flores en la orilla... ¡Será una vida estupenda! Iremos incluso al extranjero. ¿Sabes una cosa? Siempre he querido visitar Venecia.
Y Arturo sonreía y decía vagamente que sí.



  Pero los días transcurrieron iguales al borde del estanque. Arturo había decidido pescar él solo para los dos, y así Clementina podría descansar. Llegaba a la hora de comer, con renacuajos y caracoles, y le preguntaba a Clementina: ¿Cómo estás, cariño? ¿Lo has pasado bien?

 Y Clementina suspiraba: ¡Me he aburrido mucho! ¡Todo el día esperándote!

¡ABURRIDO! -gritaba Arturo indignado. ¿Dices que te has aburrido? Busca algo que hacer. El mundo esta lleno de ocupaciones interesantes. ¡Sólo se aburren los tontos!
A Clementina le daba mucha vergüenza ser tonta, y hubiera querido no aburrirse tanto, pero no podía evitarlo.
 Un día, cuando volvió Arturo, Clementina le dijo: Me gustaría tener una flauta. Aprendería a tocarla, inventaría canciones, y eso me entretendría.
 Pero a Arturo esa idea le pareció absurda: ¡TÚ! ¿Tocar la flauta, tú? ¡Si ni siquiera distingues las notas! Eres incapaz de aprender. No tienes oído.
 Y aquella misma noche, Arturo llegó con un hermoso tocadiscos, y lo ató bien a la casa de Clementina, mientras le decía: Así no lo perderás. ¡Eres tan distraída!


 Clementina le dio las gracias. Pero aquella noche, antes de dormirse, estuvo pensando por qué tenía que llevar a cuestas aquel tocadiscos tan pesado en lugar de una flauta liviana, y si era verdad que no hubiera llegado a aprender las notas y que era distraída.
 Pero después, avergonzada, decidió que tenía que ser así, puesto que Arturo, tan inteligente, lo decía. Suspiró resignada y se durmió.
 Durante unos días, Clementina escuchó el tocadiscos. Después se cansó. Era de todos modos un objeto bonito, y Clementina se entretuvo limpiándolo y sacándole brillo. Pero al poco tiempo volvió a aburrirse. Y un atardecer, mientras contemplaban las estrellas, a orillas del estanque silencioso, Clementina dijo: Sabes, Arturo, algunas veces veo unas flores tan bonitas y de colores tan extraños, que me dan ganas de llorar. Me gustaría tener una caja de acuarelas y poder pintarlas.
 ¡Qué idea ridícula! ¿Es que te crees una artista? ¡Qué bobada! Y reía, reía, reía.
Clementina pensó: Vaya, ya he vuelto a decir una tontería. Tendré que andar con mucho cuidado o Arturo va a cansarse de tener una mujer tan boba. Y se esforzó en hablar lo menos posible.
 Arturo se dio cuenta enseguida y afirmó: Tengo una compañera aburrida de veras. No habla nunca y, cuando habla, no dice más que disparates.
 Pero debió sentirse un poco culpable y, a los pocos días, se presentó con un paquetón. Mira, he encontrado a un amigo mío pintor y le he comprado un cuadro para ti. Estarás contenta, ¿no? Decías que el arte te interesa. Pues ahí lo tienes. Átatelo bien porque, con lo distraída que tú eres, ya veo que acabarás por perderlo.
 La carga de Clementina aumentaba poco a poco. Un día se añadió un florero de Murano: ¿No decías que te gustaba Venecia? Tuyo es. Átalo bien para que no se te caiga, ¡eres tan descuidada!
 Otro día llegó una colección de pipas austríacas dentro de una vitrina.
Después una enciclopedia, que hacía suspirar a Clementina. ¡Si por lo menos supiera leer!- pensaba.
Llegó el momento en que fue necesario añadir un segundo piso a la casa de Clementina.
 Clementina, con la casa de dos pisos a sus espaldas, ya no podía ni moverse. Arturo le llevaba la comida y esto lo hacía sentirse importante: ¿Qué harías tú sin mí? ¡Claro! -suspiraba Clementina-. ¿Qué haría yo sin ti?



 Poco a poco, la casa de dos pisos quedó también completamente llena. Pero ya tenían la solución: tres pisos más se añadieron ahora a la casa de Clementina.

 Hacía mucho tiempo que la casa de Clementina se había convertido en un rascacielos, cuando una mañana de primavera decidió que aquella vida no podía seguir por más tiempo.






 Salió sigilosamente de su casa y dio un paseo: fue muy hermoso, pero muy corto. Arturo volvía a casa para el almuerzo, y debía encontrarla esperándole. Como siempre.
 Pero poco a poco el paseíto se convirtió en una costumbre y Clementina se sentía cada vez más satisfecha de su nueva vida. Arturo no sabía nada, pero sospechaba que ocurría algo: ¿De que demonios te ríes? Pareces tonta -le decía.
 Pero Clementina, esta vez, no se preocupó en absoluto. Ahora salía de casa en cuanto Arturo le daba la espalda. Y Arturo la encontraba cada vez más extraña, y encontraba la casa cada vez más desordenada, pero Clementina empezaba a ser verdaderamente feliz y los retos de Arturo ya no le importaban.
 Y un día Arturo encontró la casa vacía.


 Se enfadó muchísimo, no entendió nada y, años más tarde, seguía contándole a sus amigos: Realmente era una desagradecida esa tal Clementina. No le faltaba nada. ¡Veinticinco pisos tenía su casa, y todos llenos de tesoros!
 Las tortugas viven muchísimos años, y es posible que Clementina siga viajando feliz por el mundo. Es posible que toque la flauta y haga hermosas acuarelas de plantas y flores.
 Si encuentras una tortuga sin casa, intenta llamarla: ¡Clementina, Clementina!Y si te contesta, seguro que es ella.




 CUENTO EN PDF:






CUENTO: ¿ HAY ALGO MÁS ABURRIDO QUE SER UNA PRINCESA ROSA?



AUDIO:







Carlota era una princesa rosa; con su vestido rosa, su armario lleno de ropa rosa y una habitación con cama, con sábanas y almohadas rosas. Pero Carlota estaba harta del rosa y de ser una princesa.

¿Había algo más aburrido en el mundo que ser una princesa rosa?


Las princesas son tan cursis que solo con un pequeño guisante escondido debajo de cien colchones pierden el sueño. Carlota, sin embargo, podía dormir como una marmota incluso sobre un elefante.

Una vez conoció a una princesa que se pasaba el día besando sapos del estanque para ver si alguno se convertía en el príncipe azul. Pero Carlota no quería un príncipe azul.

¿Por qué no había princesas que surcaran los mares en busca de aventuras? ¿O princesas que rescatarán a los príncipes de las garras de un lobo feroz?

¿O princesas astrónomas que pusieran nombres a todas las estrellas del universo? ¿O princesas cocineras que hicieran tartas de chocolate y galletas con mermelada?

Carlota era una niña que soñaba con cazar dragones, buscar tesoros, amaestrar mariposas, desenredar enredos, fabricar aviones de papel, nadar a lomos de un delfín, perseguir palomas mensajeras y conocer los confines de la Tierra viajando en un gigantesco globo volador.

Pero su madre era una reina rosa, con sus vestidos rosas, su armario lleno de ropa rosa y una habitación con cama, con sábanas y almohada rosas. Como tooooodas las reinas.

Y su padre era un rey azul; con su traje azul, su trabajo azul y su vida azul. Como toooodos los reyes.

-¿Por qué estás tan seria Carlota?- Le preguntó su madre una mañana.

-Mamá, ya no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar. Y quiero vestir de rojo, de verde o de violeta…

-Hija mía- le dijo la reina- , las princesas son muy delicadas y no pueden salir del palacio porque se pondrían enfermas, no pueden correr ni brincar porque se estropearían sus bonitos vestidos de seda. Y no pueden vestir de verde ni de azul porque esos colores no les sientan bien. “Las princesas son como rosas, flores frágiles cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento”.

-Pero mamá, yo no soy una flor. Soy una niña.

La reina se quedó pensativa y luego respondió:

-Pues es verdad.

Entonces decidieron ir a hablar con el rey.

-Papá, dijo Carlota, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar, y quiero vestir de rojo, de verde o de violeta…


-Hija mía – le dijo el rey- . las princesas son como las rosas, flores muy frágiles cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.

-Pero papá, yo no soy una flor. Soy una niña.

El rey quedó pensativo y luego le respondió:

-Pues es verdad.

Entonces decidieron ir a hablar con el hada madrina.

-Hada- dijo Carlota-, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar y quiero vestir de rojo, de verde o de violeta…

-Carlota- le dijo el hada-, las princesas son como rosas, flores cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.

Pero Hada, yo no soy una flor. Soy una niña.

El Hada se quedó muy pensativa y luego respondió:

-Pues es verdad.

Así es que el rey llamó a todos sus consejeros y Carlota les habló.

-Consejeros reales, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar y quiero vestir de rojo, de verde o de violeta…

-Carlota- le dijeron los consejeros-, las princesas son como rosas, flores cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.

Pero, yo no soy una flor. Soy una niña.

Ooooooh! – dijeron los consejeros -, pues es verdad.

Entonces decidieron convocar en palacio a todos los reyes, reinas, príncipes azules, hadas madrinas y consejeros del mundo. Y todas las princesas unidas dijeron:

-Nosotras no queremos ser princesas. Queremos viajar, jugar, correr y brincar y vestir de rojo, de verde y de violeta. Y no somos flores ¡SOMOS NIÑAS!


Nadie supo qué responder, hasta que habló la más anciana y sabia de todas las hadas madrinas allí reunidas.
-Es verdad; las princesas no son flores y a partir de ahora mismo podrán ser lo que quieran ser.
Todos aplaudieron, excepto un príncipe azul, que con el gesto muy serio, preguntó:
-¿Y ahora qué hacemos los príncipes azules?
La anciana se quedó pensativa antes de responder:
-Vosotros podréis vestir de rosa.
Así, una tras otra, las princesas dejaron de ser princesas y comenzaron a viajar, a jugar, a correr y a brincar y, por supuesto, olvidaron los vestidos rosas y se vistieron de rojo, de verde y de todos los colores del arco iris.


Y ahora, dime:
¿Por qué todas las niñas quieren ser princesas?


Cuento e ilustraciones de Raquel Díaz R.




CUENTO EN PDF:

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