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lunes, 10 de agosto de 2020

ROL DE LAS MUJERES EN LA EPOPEYA SANMARTINIANA

ROL DE LAS MUJERES EN LA EPOPEYA SANMARTINIANA


La epopeya Sanmartiniana ocurrió gracias a la gran capacidad de planificación, organización y de liderazgo del general San Martín, pero contó con el apoyo de una parte fundamental de esta historia: las mujeres. Lejos de quedarse de brazos cruzados, las mujeres cuyanas le ofrecieron a la patria naciente todo lo que pudieran darle y colaboraron con la preparación de la cruzada libertadora. De levantar la cosecha a bordar la bandera de los Andes y la confección de uniformes de guerra. De ir al frente de batalla hasta criar hijos solas en un período donde no había ni luz. Ellas participaron  de la política de forma activa y entregaron su vida al sacrificio por la libertad al igual que los hombres. Sin distinción de razas y clase social, dieron lo que estaba a su alcance. Algunas colaboraban económicamente, otras con alimentos como barriles de vino, aguardiente, aceitunas, maíz y trigo y otras confeccionando ropa. No pasaba un día sin que dejara de llegar alguna mujer, a veces muy pobre, que había recorrido leguas de distancia para entregarle a San Martín un poncho para abrigar a un soldado. Sin importar la pobreza en la que estuvieran sumergidas, se las ingeniaban para hacer llegar al cuartel más cercano alguna donación que ayudara a los militares en su difícil empresa. También están aquellas que curaron a los soldados, que debido a los fuertes vientos la conjuntivitis dañaba los ojos y fueron ellas las que se los limpiaban con infusiones, curaron quebraduras, se metían en los campos de batalla para aliviar a los heridos. Tampoco hay que dejar de lado el trabajo que hicieron las mujeres cuyanas cuando los hombres partieron a la guerra. Y es que todas se dedicaron a mantener las fincas, a que los campos no dejaran de funcionar y a mantener sus hogares trabajando todo el día.


La Bandera de los Andes




Una de las colaboraciones más recordadas es la creación de la bandera de los Andes, la cual fue bordada por la esposa de San Martín, Remedios de Escalada; la Señora Dolores Prats de Huysi y por las manos de la niña Laureana Ferrari, Mercedes Alvarez y Margarita Corvalán.




 Las peladas de la corrupción


No fueron solo las patricias las que cosieron, también lo hicieron “las peladas de la corrupción” o “Las peladas corruptas”. Eran mujeres recluidas en los centros penitenciarios y sanitarios de la época. Se las conocía por ese apodo, debido a las prácticas éticas y de higiene que mandaban pelar a las mujeres recluidas. Ellas confeccionaron uniformes, capotes, orillaron mantas, talegas, alforjas y otros enseres. Ellas también fueron parte de esta historia, de ellas también un trozo de la gloria.





Una anécdota...



Laureana y Remedios paseaban por la Alameda. Remedios comentaba a Laureana las noticias que le había hecho llegar su esposo desde el frente de la guerra. Ella también temía, pero en su rostro, como una bandera, flameaba su sonrisa. Por la calle del Cariño Botao pasaron por la tienda de aquel hombre que les había vendido la sarga celeste. Entraron. El comerciante las recibió de buen agrado.–Seguramente encontrarán aquí lo que andan buscando.–No vinimos a comprar. Vinimos a agradecerle. El hombre puso cara de no entender.–¿Recuerda el trozo de sarga celeste que nos vendió unos días atrás?–Claro que lo recuerdo, señora. Parecían ustedes muy satisfechas con la tela.–Satisfechas y aliviadas. El General San Martín nos había encargado la bandera del ejército y no podíamos encontrar un paño celeste. Usted nos salvó. Quedó tieso el hombre con lo que terminaba de escuchar.
–¿Usted quiere decir que esa tela…la tela que yo les vendí… esa tela…sirvió para hacer la bandera?
–Así es mi amigo, ese trozo de tela que usted nos facilitó se habrá paseado orgulloso por el campo de Chacabuco, dentro de una bandera triunfante. Estará ahora en Santiago dando noticias de la libertad. Le reiteramos nuestro agradecimiento.
Se fueron. El comerciante quedó unos minutos tieso mirando la puerta. Después pegó un tremendo golpe con su puño sobre el mostrador de madera. 
Se dijo con enojo:–¡Y pensar que yo se lo cobré!
La mañana de Mendoza sonreía, no solamente en Mendoza, también en Chile, estaba empezando a ser celeste y blanco el sur de América.




Una valiente madre mendocina



Cercano a la ciudad de Mendoza está el campo “El Plumerillo”. Allí, el general San Martín, adiestra los batallones que días después atravesarán la mole andina, en pos de la libertad de Chile. Para la revista final de las tropas, San Martín se ha trasladado a la capital mendocina, vestida de fiesta para recibir al Gran Capitán. Un mendocino:
- ¡Qué hermoso es todo esto! ¡Cómo lucen los uniformes de los granaderos!
Una mendocina: - ¡Y qué bella se ve la bandera, ofrecida al general San Martín por las damas patricias. ! 
Un anciano: - ¡Con esta bandera al frente, nuestro ejército no perderá una sola batalla! 
Relator: - En este momento sale una mujer desde la multitud y se dirige hacia la tropa. 
En las filas del ejército libertador tiene a su esposo y a tres hijos.
La dama mendocina (avanza hacia ellos y los besa).
- ¡Qué Dios y la Virgen os protejan! Este escapulario que prendo en cada pecho será un escudo protector. ¡Nada de llanto! ¡Los valientes no lloran; solo saben luchar por su patria! ¡Ya veis: en mis ojos no hay una sola lágrima ! ¡Qué orgullosa estoy por haber dado a la Patria estos cuatro varones!
El general San Martín (se acerca a la esposa y madre ejemplar y conmovido, le estrecha fuertemente la mano)
- ¡Gracias, noble mujer! ¡Vuestro sacrificio no será en vano! ¿Ahora sé de donde sacan mis soldados tanta firmeza ! ¡Con madres como usted la Patria está salvada!



Las mujeres en el ejército de los Andes



A pesar de que San Martín no quería en sus ejércitos y en especial en el cruce de la cordillera que ellas estuvieran presentes, solamente quedó en una expresión de deseo porque también aquí la imagen de las mujeres se hizo fuerte y aunque la historia las relegó, hoy y siempre habrá un tiempo para rescatarlas y homenajearlas.


Pascuala Meneses:



Con solo 19 años, quiso colaborar con la causa independentista y se presentó ante el Ejército de los Andes para alistarse y cruzar los Andes, junto al general San Martín. Ella sabía que el Libertador no quería mujeres en tal riesgosa empresa como lo era cruzar la cordillera, así que optó por enrolarse como Pascual Meneses. 
Fue con un "ponchito a media cadera y un chifle de agua", a ofrecer sus servicios en el cuartel, conforme se les convocaba a los mozos para las cruzadas de la emancipación. Ella era tan pobre, hosca, huraña que estaba habitada por las necesidades a vivir en la intemperie, viajar a lomo de mula, era una baqueana de la Cordillera. Sin joyas, sin bien alguno y sin familia.

Según una de las anécdotas sobre Pascuala, se afirma que cuando todo estaba listo "para la de vámonos" conforme dijo el Jefe "sin que faltara un hombre en las filas ni un clavo en las herraduras", San Martín notó que le sobraban 130 sables. "El que ame el honor venga a tomarlos", escribió. Y concurrieron más de ciento treinta requeridos, ella era uno de ellos. Logró ser parte de la epopeya por poco tiempo. Ya en el camino de Uspallata, rumbo al valle de Aconcagua, su condición femenina fue descubierta y la obligaron a retornar a Mendoza.Pascuala retorna desnuda, tapada con un capote y unas botas.



Josefa Tenorio- Granadera y Abanderada del Ejercito Libertador:



Tuvo mejor suerte que Pascuala y logró su objetivo . Esclava de Gregoria Aguilar, cuando se enteró que, de ganar la guerra los realistas, todos los esclavos que habían sido declarados libres volverían a la esclavitud, decidió alistarse para prestar servicio en los Ejércitos de la Patria. Para ella su sexo no era impedimento para ser útil en las filas. Una vez llegada al campamento de El Plumerillo se le proveyó de uniforme de hombre, sable, pistola y montando su propio caballo se alistó en las fuerzas del general Juan Gregorio de Las Heras, quien le confió una bandera para que la llevase con honor. Agregada al cuerpo del comandante general de guerrillas, Toribio Dávalos, sufrió todo el rigor de la campaña.
Hay registros de una carta a San Martín en la que solicitaba su libertad. No es de conocimiento si pudo conseguirla, solo se sabe que el general escribió una carta recomendando su liberación.

Tampoco se  ha podido establecer cuándo ni dónde murió Sólo sabemos que luchó por la libertad de un continente y hoy puede ser recordada como Josefa Tenorio, la mujer que cruzó los Andes.




Martina Chapanay  Líder Revolucionaria y Chasqui del Ejercito Libertador






 Pigna, que le dedica dos páginas en su libro “Mujeres tenían que ser”, asegura que es hija de un huarpe y de una cautiva blanca. Martina colaboró con el General San Martín en la gesta del Cruce de Los Andes. “Se convirtió en una de las tantas y tantos chasquis que llevaban y traían mensajes entre las seis columnas del Ejército Libertador. Dicen que por muchos años lució con mucho orgullo una chaquetilla que dejaba constancia de aquellos gloriosos días”, dice Pigna.
Luego asegura que a los 22 años se unió a las huestes de Facundo Quiroga y peleó junto a él. Cuando el caudillo riojano fue asesinado, Martina volvió a San Juan.
Citando a Hugo Chumbita y su libro “Jinetes rebeldes”, cuenta: “Por diversión o por dinero, apostaba a montar potros indomables y se batía con los mejores cuchilleros. La Policía no podía contra ella”.
Pigna incluye el testimonio de un arriero, Pedro Bustamante, quien la describe así: “Como la Chapanay, amás de ser valiente y capaz, es generosa como no hay ejemplo en ninguno de los que mandan. Sucede que los hombres asaltados por ella le hacen concesiones antes de ponerla en el caso de hacer valer su fuerza. De este modo resulta que casi todos los asaltos tienen viso de legitimidad y todo el mundo a una voz dice La Chapanay roba y saltea por necesidad y por culpa del gobierno y nadie la odia, al contrario, todo el mundo la compadece”.
También peleó bajo el ala del Chacho Peñaloza, lo que le valió ser incorporada al ejército como sargento mayor. Pero al tiempo lo abandonó para militar junto a Severo Chumbita, que respondía al caudillo Felipe Varela. “Murió en 1887. Su tumba en Mogna, departamento Jáchal, sigue siendo lugar de culto”, cierra Pigna.


PARA LEER UN POCO MÁS:



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