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lunes, 10 de agosto de 2020

LAS ESPÍAS DE SAN MARTÍN

 

 LAS ESPÍAS DE SAN MARTÍN


..."Mercedes Sánchez, Eulalia Calderón y Carmen Ureta, arriesgaron su vida por la Independencia y por eso, sus nombres pasaron a la historia. Aunque hubo muchas otras mujeres anónimas que, junto con algunos hombres, conformaron la red de espionaje y contraespionaje que posibilitó a San Martín cruzar los Andes y llevar adelante sus acciones libertadoras. Todo empezó en 1814. José de San Martín hacía poco que había asumido como gobernador de Cuyo cuando comenzaron a llegar los soldados chilenos que habían sido derrotados por los españoles en Rancagua. Esto representaba una amenaza para los planes del Libertador, ya que las posibilidades de que los realistas cruzaran la cordillera para invadirnos eran muy altas. 

De modo que San Martín trató de proteger las fronteras iniciando lo que se conoció como la “guerra de zapa”, que consistía en librar una verdadera guerra informativa y psicológica contra el enemigo para desorientarlo y confundirlo, haciendo circular mentiras, propagando rumores y entregándole información falsa, mientras al mismo tiempo, recababa datos imprescindibles.
Para eso, armó un eficaz sistema de emisarios que le permitía saber todo lo que sucedía en Chile. El cuartel general lo instaló en Mendoza, donde armó una red de casas “operativas” ubicadas en localidades estratégicas y que pertenecían a vecinos patriotas, que a su vez, eran bien vistos por las autoridades españolas. Gracias a ellos, obtenía información sobre los planes, las armas y los movimientos de las tropas realistas.
Creó, asimismo, una red de agentes, que incluso usaban nombres falsos, para recorrer el terreno y determinar las zonas donde era posible avanzar con sus soldados o combatir teniendo mayores ventajas.
El general ya tenía una estrategia para cruzar los Andes, pero necesitaba planos actualizados de los dos pasos que pensaba utilizar: Los PatosUspallata, por lo que mandó a Chile a uno de estos agentes, el mayor Álvarez Condarco, para que cruzara por el Paso de los Patos. El hombre tenía buena memoria y conocimientos de ingeniería, y San Martín confiaba en que iba a poder dibujar un plano del terreno. Pero como debían ocultarles estas intenciones a los realistas, ordenó también a Álvarez Condarco que le llevase al gobernador una copia de la Declaración de la Independencia. Como era previsible, el gobernador lo tomó como una ofensa e hizo quemar la Declaración para mandarla de regreso, junto con Álvarez Condarco, a través del paso más rápido: el de Uspallata. Esta operación le permitió a San Martín contar con los imprescindibles planos del territorio que más tarde atravesaría con su ejército, y hacerles llegar a los realistas datos falsos acerca de los lugares por donde planificaba cruzar los Andes.
En la guerra de zapa participaron mujeres como Eulalia Calderón, que pasaban datos desde postas, y como “la Chingolito”, que fue amante del representante de la Corona española en Chile y que ofició como una verdadera agente.
Las mujeres y hombres que actuaban como espías enviaban sus mensajes escritos en tinta invisible hecha con limón y que requerían de calor para ser leídos, o utilizaban un código numérico. Si los descubrían, corrían la peor de las suertes, ya que caían en manos del Tribunal de Vigilancia, a cargo de un oscuro y perverso comandante. Eso le sucedió a Águeda de Monasterio, que murió por los sufrimientos que le infringieron y cuyo cadáver prohibieron que fuese enterrado, como advertencia a todas las insolentes que se animaban a desafiar a las autoridades españolas.
Sin embargo, nada logró amedrentar a estas valientes espías y San Martín pudo completar con éxito su epopeya libertadora. Cuando todo terminó, algunas de las que lo hicieron posible, como Carmen Ureta, fueron condecoradas..."



“... MIS PLANES ESTÁN REDUCIDOS A CONTINUOS
CAMBIOS Y VARIACIONES SEGÚN OCURRENCIAS Y
NOTICIAS DEL ENEMIGO, CUYO JEFE EN MENDOZA
ES ASTUTO PARA OBSERVAR MI SITUACIÓN,
TENIENDO INNUMERABLES COMUNICACIONES Y
ESPÍAS INFILTRADOS ALREDEDOR DE MÍ...”.

FRAGMENTO DE UNA CARTA FIRMADA POR EL GOBERNADOR

MARCÓ DEL PONT (1817).


EXTRAÍDO DEL LIBRO:
FELIPE PIGNA: Mujeres insolentes de la historia 2. editorial Emecé

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