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lunes, 16 de noviembre de 2020

CUENTO: " LA CANCIÓN DE LA LUNA" DE GUSTAVO ROLDÁN

  LA CANCIÓN DE LA LUNA


–Don sapo –dijo la pulga–, usted comenzó a decir que una vez saltó y se trepó a la luna, ¿por qué no sigue contando la historia?


–Ay, amiga pulga, pensé que nadie se había dado cuenta de lo que dije.


–¡Todos nos dimos cuenta y nos quedamos esperando! –contestaron el piojo, el mono, el yacaré, el ñandú, el elefante, el tapir y mil animales más.


–Entonces tengo que confesar algo. Ese día se me escapó una mentira.


–¿Una mentira, don sapo? ¿Usted dijo una mentira? –preguntó el pichón de pájaro carpintero.



–Ya saben que jamás digo mentiras, ¿pero a ustedes nunca se les escapan algunas palabras sin darse cuenta?


–Sí, don sapo, a mí se me escapan –dijo el piojo.


–A mí también, a mí también, a mí también –dijeron el bicho colorado, la pulga y el mono.


–Debe ser porque tengo la boca grande –dijo el yacaré–, a mí se me escapan por el costado.


–No diga eso, don yacaré, qué va a tener boca grande. Pero la cuestión es que en realidad yo nunca subí a la luna.


–¡Qué lindo hubiera sido! –se lamentó la pulga–. Debe ser la cosa más linda del mundo.


–Pero no fue. Seguramente lo dijo porque andaba pensando en la luna. En algunas cosas de la luna.


–¿En qué cosas, don sapo?


–En que se achica y se agranda, un día se hace redonda y otro día desaparece. Por eso tenía ganas de conocerla.

Pero en especial por los dibujos que se ven cuando está bien grande, como ahora. Nunca pude saber qué son esos dibujos.






–Yo creo que son como ese dibujo que hacen las hormigas –dijo el piojo–, pero también puede ser un piojo bailando un chamamé.


–Cualquiera se da cuenta de que es un mono trepando un árbol –opinó el mono.


–¿Mono? ¿A quién se le ocurre? –protestó el yacaré.


–¿No ven que es un oso hormiguero? –dijo el oso hormiguero.


–¿Oso hormiguero? ¡Qué barbaridad! ¡Eso no puede ser! –opinó el yacaré.


–El que tenga buenos ojos habrá visto que es un ñandú corriendo –dijo el ñandú.


–¡Ñandú corriendo! ¿A quién se le puede ocurrir esa barbaridad? –protestó el yacaré.


–¿Vieron las manchas? –preguntó el yaguareté–. Esas manchas solo pueden ser de una yaguareté.




Y que era un puma.


Que era una corzuela.


Que era un coatí.


Que era un tatú.


Que era un carpincho...


Todos siguieron opinando, y cada uno se veía en un espejo en las manchas de la luna.


–¡Estamos todos locos! –se quejó el yacaré–. ¡Miren si en la luna se va a ver un animal! ¡Estamos todos locos!


El único que no decía nada era el sapo, convencido de que al final comprenderían que era un sapo y nada más que un sapo.


–Bueno, bueno –dijo la pulga–, así no sabremos nunca qué es lo que se ve.


–Sí –dijo el piojo–, la única solución sería mirar desde cerca, pero la luna está muy lejos.


–Yo sé cómo hacer –aseguró la pulga–. Esa luna está muy lejos, pero la que está en el río está más a mano.


–Sí, pero está en el fondo del río.


–Es fácil. Le pedimos al yacaré que vaya y mire, y listo.


A todos les pareció una buena idea. El yacaré, entusiasmado por la importancia de su misión, se zambulló y nadó hasta el medio del río.


Pasó un rato y otro rato, y el yacaré no volvía.


Y cuando ya comenzaban a preocuparse por la demora, un coletazo los salpicó de agua a todos y el yacaré salió a la orilla.


–¿Era un mono trepando un árbol?


–¿Era un ñandú corriendo?


–¿Era un coatí?


–¿Era un carpincho?


–¿Era un tatú?


–¿Era un piojo bailando un chamamé?


El yacaré los miró una vez y otra vez, uno por uno.


–¿Quién era? ¿Quién era? ¿Quién era? –preguntaban todos, esperando ser nombrados.


–Ya va, ya va, las buenas noticias hay que darlas despacito.


–Sí, sí, ¿pero quién aparece en las manchas de la luna?


–Y... lo que se podía esperar... En esos dibujos tan hermosos lo que aparece es... ¡un yacaré!




FIN




En “El vuelo del sapo”

© 2005, Gustavo Roldán

© 2014, Ediciones Santillana S. A

Ilustraciones: © María Elina





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